Euristeo ordeno a Heracles, para su octavo trabajo, que se apoderara de cuatro yeguas salvajes del rey Diomedes, quien gobernaba a los belicosos bistones y cuyos establos, en la ahora desaparecida ciudad de Tirida, eran el terror de la Tracia. Diomedes mantenía a las yeguas atadas con cadenas de hierro a unos pesebres de bronce y las alimentaba con carne humana, para lo cual Diómedes realizaba sacrificios con tal de poder mantener a esos animales fuertes y saludables; tan fuertes y saludables eran que debía ser encadenadas con hierros gruesos ya que de otra manera romperían sus cadenas y se liberarían, desatando una masacre en la población.. Una versión de la fábula hace de ellas caballos sementales, y no yeguas, y les da los nombres de Podargo, Lampon, Janto y Deino.
Con algunos voluntarios Heracles se embarcó para Tracia. Cuando llegó a Tirida, venció a los mozos de mulas de Diomedes y llevó las yeguas al mar, donde las dejo en una loma, y luego volvió para rechazar a los bistones que corrían en su persecución. Como los otros le superaban en número, los venció abriendo ingeniosamente un canal que hizo que el mar inundase la llanura baja, y cuando sus enemigos se dieron media vuelta y echaron a correr, el los persiguió, dejó aturdido a Diomedes con un golpe de su clava, arrastró su cuerpo alrededor del lago que se había formado y lo puso delante de sus yeguas, que desgarraron su carne. Una vez aplacada por completo su hambre las dominó sin mucha dificultad.
Pero esto no fue todo ya que el pueblo se levantó contra él para vengar la muerte de su rey, por lo que nuevamente Hercacles tuvo que combatir. Para poder hacer esto dejó al cuidado de las yeguas a un hijo de Hermes llamado Abdero. Heracles obtuvo la victoria en su batalla, pero solo para descubrir con horror al regresar que Abdero había sido devorado por las yeguas. Enterró sus restos con todos los honores y fundó la ciudad de Abdera en su nombre. Heracles domesticó a las yeguas y éstas dejaron de practicar la antropofagia, las entregó a Euristeo quien las consagró a Hera, su aliada.
Heracles se apoderó del carro de Diomedes y unció a las yeguas, aunque hasta entonces no conocían el freno ni la brida. Las condujo rápidamente a través de las montañas hasta Micenas, donde Euristeo las dedicó a Hera y las dejó en libertad en el monte Olimpo. Mas tarde las devoraron las fieras; sin embargo, se sostiene que sus descendientes sobrevivieron hasta la guerra de Troya, e inclusive se cuenta que la descendencia de estas yeguas fue tan prolífica que aún el magnífico corcel Bucéfalo, compañero inseparable de las campañas de Alejandro Magno, era uno de los miembros de tan notable árbol genealógico. Las ruinas del palacio de Diomedes se muestran todavía en Cartera Come, y en Abdera se siguen celebrando juegos atléticos en honor de Abdero.
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